







I
Hace ocho meses, el pequeño viento vino a conocer mi estudio/dormitorio. Acababa de llegar la lavadora que acomodé apretada en el baño, la entrada de agua de la máquina la conecté al viejo calentador, que también está en el baño, y la manguera de desagüe la fije junto al lavabo.
Observé que, cuando la lavadora terminaba de enjuagar, el agua sucia salía con cierta presión en el lavabo y generaba un remolino, se me hizo divertido y le propuse al pequeño viento hacer barquitos de papel para jugar con el agua sucia que giraba en el lavabo.
Cuando terminamos de jugar, los tres pequeños barcos estaban mojados, blandos, derrotados, los pusimos en un estante e hicimos otras cosas.
Días después, cuando ya se había ido el pequeño viento, observé los barquitos de papel, ya estaban secos y se veían muy bien, como si no hubieran pasado por aquella tormenta de agua sucia. Por alguna razón no me podía deshacer de ellos, así que los acomodé en la base del calentador y pasaron a ser parte de la decoración del baño.

II
Para llegar a Gaza hay que cruzar el océano. Mucha gente ya lo está haciendo, ayer me enteré de eso y mi corazón comenzó a arder. Pero no puedo dejar la ciudad, y aún así me imaginé subiendo a un barco y ser parte de esa marea de dignidad. Me emocionó mucho la idea, de tantos navíos juntos, intentando tocar tierra… y entonces recordé nuestros barquitos y sentí una enorme conmoción. Era de noche, los quité de su lugar, los saqué del baño, les pinté con plumones franjas de color negro, verde y rojo, estaba cansado y me quedé dormido.
III
Hoy en la mañana me alisté para ir al trabajo, antes vería el pequeño viento para desayunar, sin pensarlo mucho, tomé los barquitos y los guardé en la maleta de la cámara, me fui emocionado a su encuentro. Cuando lo vi, le conté mi idea de mandar nuestros barcos a Gaza, él se puso sus botas de plástico y salimos a buscar un charco, lo encontramos, colocamos los barquitos y los observamos moverse lentamente mientras se humedecían.
El pequeño viento me preguntó si los dejaríamos allí, le respondí que sí y me dijo que sentía tristeza porque le recordaban cuando jugamos en mi estudio, me esforcé por contener las lágrimas y le dije que, entre todos, teníamos que intentar detener el genocidio.
Él estuvo de acuerdo e incluso sugirió echarles una cubetada de agua para que pronto llegarán al desagüe cercano. Le comenté que no era necesario y que maś tarde la lluvia haría su trabajo y nos fuimos a desayunar.
IV
Estoy escribiendo estas líneas de trayecto a la oficina, estoy a punto de llegar y sigo conmovido. Me imagino la larga travesía de los barquitos que llegarán a la coladera, atravesarán la ciudad por el drenaje profundo, llegarán a un río y luego al mar. Estarán casi deshechos, serán irreconocibles cuando toquen tierra, pero cuando salga el sol se secarán, como cuando soportaron el remolino del lavabo.
Tres pequeños barcos de papel no detendrán el genocidio de Israel, pero mil barcos, bicicletas, papalotes, autos, planeadores, lanchas, globos y gente a pie sí podrá detenerlo.
Título: Tres barcos a Gaza.
Año: 2025.
Lugar: Pueblo de Santa Úrsula Coapa/ Colonia Avante, Ciudad de México.

